jueves, 28 de noviembre de 2013

Crónica del 17 de Noviembre de 2013




Grupo de Caminantes

Ruta: Ruta del río Ungría. De Caspueñas a Valdeavellanos

Distancia: 12 Km.

Dificultad: Baja

Fecha: 17 de Noviembre de 2013



Hoy amaneció lloviendo, pero, a las 8h, todos los caminantes nos hallábamos en nuestro punto de encuentro sin temor al mal tiempo y equipados de chubasqueros, gorros, capas de agua y paraguas, atraídos por esa especie de magnetismo que ejerce cada domingo la Naturaleza sobre nosotros y dispuestos a no perdernos la marcha en compañía de gente tan estupenda como la que componemos el grupo. Hasta la perra Blacky ya sabe que llega el domingo y se alegra de encontrarnos.

Hemos desayunado por segunda vez en el bar de Caspueñas y desde allí hemos salido caminando hacia Valdeavellanos. Lo hacemos primero por un tramo del camino ya conocido y por la margen izquierda del río Ungría.






Después de 2 Km. el camino se bifurca. Por la derecha sigue hasta Atanzón y de frente nos lleva hasta Valdeavellanos.

La mañana ha continuado metida en agua durante todo el trayecto. La lluvia no solo riega los campos  que la reciben agradecidos, sino que envuelve todo en humedad y lava las plantas  y los matorrales entremezclados que pueblan el suelo. Las gotas de agua sobre los majuelos semejan lágrimas de cristal transparentes que le hacen parecer artificiales por su gran belleza.

 ¡Con cuanta armonía conviven el agua y la vegetación!


Durante casi 4 Km. nuestra ruta transcurre ascendiendo de forma tendida y constante, mientras que al otro lado del valle  vamos viendo a lo lejos, la senda que conduce hacia Atanzón, primero por la vega y después serpenteando por el monte hasta llegar a donde se halla el pueblo. También vamos divisando el valle cada vez más hondo y el río Ungría transcurriendo oculto entre huertas y árboles ya casi desnudos.


Nuestro camino, por suerte, en un día como el de hoy es una amplia pista de tierra apisonada que nos facilita la marcha. La lluvia se muestra pertinaz, fina y constante.

                                                                                  
                                  

A las 11h, aparecen las primeras naves de Valdeavellanos y enseguida vemos a la izquierdade nuestro camino el Camposanto y a la derecha el pueblo en el que sobresale su Iglesia parroquial con su espléndida espadaña triangular de dos pisos.


De pronto, la inmovilidad y el silencio del campo queda interrumpido por el tañido de las campanas que parece que han visto a los caminantes llegar y nos quieren recibir con un estruendo festivo.

Antes de entrar en el pueblo, encontramos la ermita de San Roque que está cerrada. Un vecino del pueblo me dice que es un santo muy venerado aquí porque probablemente, tuvo que ver con la salvación milagrosa de la gente que en este pueblo contrajo la peste hace muchísimos años y recurrieron a su intercesión ya que San Roque también tuvo  esta enfermedad y para no contagiar a nadie, se retiró a un campo solitario, donde fue alimentado por un cuervo que cada día le llevaba un pan. ¡Todos los pueblos atesoran viejas historias!

Cuando llegamos delante de la Iglesia nos quedamos sorprendidos ante su espléndida portada románica. La forman seis arquivoltas, apoyando sus arcos sobre capiteles tallados toscamente, aunque algunos muestran escenas de animales con gran realismo e ingenuidad.

Como empezaba la misa, hemos permanecido reunidos bajo su pórtico de arcos ojivales, cubierto de madera, para después pasar a visitar el templo por dentro que está dedicado a Santa María Magdalena.


 Cuando por fin termina la misa pasamos a ver la Iglesia por dentro. En su origen fue de una sola nave con el presbiterio cubierto de una bóveda semicircular y en el interior del ábside, tres pequeñas ventanas. En el Siglo XVI se le añadió otra nave en el lado del Evangelio y se agrandó el coro. Fue el momento en el que se le dio la vuelta a la viga de madera con policromía del Siglo XIII que sustenta el coro y bajo el que se halla la pila bautismal contemporánea de la puerta de entrada pues tiene la misma cenefa  de ochos que una  de las arquivoltas.

Muy cerca de la Iglesia  estuvo la casa de los La Bastida, familia  que en el Siglo XVII vino del norte de la península acompañando a los Mendoza. De su casona, solo queda en pie, el dintel de la puerta y sobre él, el que fuera su escudo nobiliario. La familia La Bastida tenía en el término de Valdeavellanos  enormes viñedos y ganadería brava. También tuvieron un gran palacio en Guadalajara, hoy desaparecido.


  El pueblo tiene unos 100 habitantes y está a 10 Km. de Lupiana. En el Siglo XVI recibió el título de villa de parte del Emperador Carlos I y de este tiempo es su picota.

Hoy Valdeavellanos tiene pocos lujos. Dos centros lo conforman: La Plaza Mayor con el Ayuntamiento y su picota sobre una escalinata con fuste estriado rematada por cuatro cabezas de leones y  su Iglesia Parroquial del Siglo XII.





Eran las 12 h cuando emprendemos el camino de regreso. Otro vecino nos ha informado que solo cuatro avellanos quedan en el entorno de este pueblo que luce como nombre Valle y como apellido el nombre de tales árboles, lo cual indica que antiguamente debió tener muchos. También nos dice que bajemos hasta la fuente de los ocho caños donde se encuentran el lavadero y un espacio cubierto en el sitio que hubo un molino y que hoy es un agradable lugar para reunirse los del pueblo y divisar el bello paisaje que les separa de sus vecinos Atanzoneros.
  
    

                                                       

  
Solo nos queda regresar a Caspueñas por el mismo camino y tomar  la cerveza del día.



  
HASTA LA PRÓXIMA

Vidceo en:

http://vimeo.com/79662322


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